viernes, 21 de mayo de 2010

De cómo descubrí que ya no era un friki y que me había convertido en un snob

Subo a mi habitación y observo sorprendido que el libro perenne de mi mesilla se ha convertido en una pila de ellos, casi una montaña. Me asombra. Juraría que hacía una semana sólo tenía dos. Me acerco y miro: un Thomas Pynchon que nunca terminaré, algo de Borges, Onetti, uno de Baroja y el primero de la colección de Mundodisco que ni siquiera he abierto. Ahora coloco La Carretera encima y aquello amenaza con tambalearse. Me pregunto si eso puede ser peligroso para mi salud, cuando en plena noche, adormecido, agite algún brazo y todo caiga sobre mi cabeza, la sangre esturreada por la almohada e impregnando al insufrible Pynchon. Rechazo esa idea porque, además de no tener ningún sentido, sin darme cuenta, el impasse ha dejado de ser impasse y ya me he encargado de sacar todos aquellos libros de allí. Ahora trato de colocarlos en las rendijas de mi librería que hace mucho tiempo dejaron de serlo para convertirse en segmentos de grosor nanométrico, casi infinitesimal. Meter algún libro allí es del todo imposible. Al contemplar la fila de novelas me vinien a la mente los recuerdos de mi juventud (la primera de todas, por supuesto, que todavía soy joven). En esos tiempos leía de un modo muy distinto, con voracidad. Me encantaba la fantasía épica, era algo nuevo, demasiado excitante como para dejarlo pasar. Mis volumenes de la Dragonlance están perfectamente ordenados por trilogías. Al lado, los Reinos, más allá, los Tolkiens y más y más. Abro un volumen de la Dragonlance: los Preludios Trilogía Primera, el País de los Kenders. Leo unos párrafos y... ¡Ay, Dios mío! ¿Pero esto qué coño es? ¡Esto es una puta mierda! Te lo juro, antes estaban guapos. ¡Que sí, hombre! ¡Que molaban! Pero cómo van a molar si son una bazofia. ¡Sí tío, molaban! Pues va a ser que no. Espérate hombre. Abre otro, ya verás. Muy bien, de acuerdo. Lo haremos a tu manera (esta conversación la tenía conmigo mismo, aunque parezca un poco demencial). Así que abrí otro, ahora las Crónicas. Ésa es la primera, la obra cumbre de Weis y Hickman. De nuevo leo algún párrafo. ¿Será posible que esto me gustara? Pues sí, hijo mío, sí que te gustaba. Así que empiezo a preocuparme, porque yo pensaba que la magia de la literatura estaba en la fantasía y ahora descubro que la magia puede que esté, pero la buena literatura desde luego que no está por ningún lado. O a lo mejor soy yo. Tengo que ser yo. Sí amigo, me digo a mí mismo, ya no eres un friki. ¿Pero a tí qué te gusta? Pues Haruki Murakami, respondo convencido. ¡Ay, entonces ya es seguro que no eres un friki! ¿No? ¿Y qué soy?
¡Está claro! ¡Eres un puto snob!


2 comentarios:

  1. Muy buena esta reflexión. Me siento bastante identificada, creo que me pasó algo bastante parecido. También leía Dragonlance y para mi era lo mejor y ahora, sin embargo, soy más fan de Murakami y de otros autores contemporáneos. Los gustos cambian con la edad, definitivamente xD.

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  2. Yo estoy bastante satisfecho con que me hayan cambiado los gustos, aunque reconozco que echo de menos algunas cosas, jeje.

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