jueves, 31 de diciembre de 2009

Avatar, hijos de un dios virtual

Este es un blog de literatura y, por tanto, de creación. Voy a hacer una excepción con esta película porque considero que tiene cabida en ese espacio creativo por lo que a mi entender supone una nueva visión en este maravilloso mundo de las historias que deben ser contadas.

He estado leyendo críticas sobre Avatar de lo más variado, en general, quitándose el sombrero ante tanta majestuosidad visual. Otras, sin embargo, las de los autodenominados cinéfilos, que abundan en la misma teoría de siempre: estupendos efectos visuales pero película floja en interpretaciones y argumento. Estoy de acuerdo con ambas opiniones con matices, pero creo que se olvida lo esencial y es la razón por la cual yo casi lloro tras dos minutos de visionado.


Evidentemente, el argumento de Avatar (y no pienso hacer ningún spoiler) no es original. No creo que James Cameron pretendiera ser original porque para eso están las películas intimistas. Si uno quiere hacer una gran película épica debe tener todos los ingredientes esenciales de la épica. Además, hay que recordarles a los críticos de la originalidad (no demasiado originales en sus críticas, por cierto) que la originalidad no existe en el fondo, sino en la forma. Y es en el modo de contar la historia donde Cameron acierta, le pese a quien le pese. Cualquiera que haya intentado escribir algo en su vida sabe esto y sólo la literatura experimental y algo psicopática puede acercarse a esa originalidad anhelada por los cinéfilos. Pero eso es feo, eso no es majestuoso, puede ser muy bueno, una película magnífica: magnífica y oscura, pero no va a ser bonita, no va a “molar”, porque “mola” lo que siempre ha “molado”, desde la Ilíada hasta el Señor de los Anillos.


Con Avatar llegaba la revolución, yo digo que llega la escisión: la separación total entre dos modelos de cine: el cine tal como lo conocemos y el cine del entretenimiento superior. No podemos esperar que la tecnología 3D se empleé en films como Million Dollar Baby o Gran Torino (sagrado Eastwood). Ése era el cine de antes, el de ahora y será el de después. Es el cine de la interpretación, de los sentimientos, de la emoción íntima. Avatar, y lo que venga después, es el cine de lo grandioso y lo colosal. Es otro género. Con sólo dos minutos comprendes que el hombre ha superado la barrera de lo divino (virtualmente hablando). Ahora ya se puede hacer todo lo que la mente del creador decida disponer sobre el tapete. Evidentemente, algunos lo dirán, el éxito de Avatar está en sus ingenieros, sus técnicos, sus informáticos y sus millones. Pero nada de esto hubiera sido posible sin James Cameron. ¿Por qué él es importante? Porque piensa en grande, y eso muy pocos lo hacen. Es algo que se veía en Peter Jackson y su Señor de los Anillos, en George Lucas y su Star Wars. Eso es ser un visionario y eso es ser un tío grande. Es el nuevo Howard Hughes. El de la película más cara de la historia. Y no ha decepcionado.


Estoy viendo la cara de Lucas y Jackson viendo Avatar y contemplo como se les iluminan los ojos. ¿Imagínate cómo hubiera sido mi película con esto del 3D? Nos espera una época grandiosa. Cameron ha revolucionado el género, desde luego. Él es el primer dios, Jake Sully y Neyriti son su Adán y su Eva y los Na'vi sus hijos. Hijos de un dios virtual.